Si he de empezar, he de
ser sincero. La verdad es que el origen de este diario no solo es poco original
(quién no se ha propuesto alguna vez, al principio de un verano, llevar una
relación escrita de sus ocios y viajes), sino que además es bastardo. Y lo es
porque la idea ni tan siquiera es mía en su paternidad, sino que es inducida,
derivada, como inseminada desde otra parte o lugar. Esa parte o lugar es otro
libro: la reedición de Los autonautas de
la cosmopista, de Julio Cortázar y Carol Dunlop. Un libro de viaje, un
libro a cuatro manos, un libro misceláneo, un libro de primavera/verano… Pero
un gran libro como todos los que escribía el maestro. Pues bien, autonauta sedentario,
más que lejos de los paisajes y de los “paraderos” de la autopista
París-Marsella y sin una expedición científica que contar, a mí se me ocurrió
empezar este diario.
Ahora bien, puestos ya
a la tarea, pero con el convencimiento moral de que todas las advertencias
previas deben ser hechas, he de advertir de que este no será tampoco un diario
al uso. Será un diario inconstante, quizá contradiciendo su propia naturaleza
diaria, pero en completa concordancia con el carácter de su autor en lo que a
escritura se refiere. Ha de ser también un diario mixto, mestizo, abigarrado
como un zoco o una tienda de pueblo, porque no deberá conservar mayor orden que
el vayan marcando las fechas ni más unidad temática que la que salga de la
libertad de los días. Será, por qué no, un diario mentiroso, pues desde ahora
su autor hace la solemne promesa de no desvelar nunca lo que sea verdad y lo
que sea mentira, lo que se presente ante sus ojos con la claridad meridiana de la
evidencia y la verdad empírica, y lo que desde el principio sea fruto y producto
de la propia imaginación, inducida o no por elementos externos de diverso
carácter y, sin duda, alguno de ellos, espirituoso. Será, por último, un diario
con sombrero. Un diario al sol, pero con disfraz. Un diario vestido de blanco,
de lino, de traje de verano, acompañado o no de la fina distinción de un bastón
de caña, pero siempre tocado con un ligero panamá a cuya sombra las imágenes
adopten otros tonos y las cosas se tamicen sin hacerse daño, donde, lo que de
forma tan poco reflexiva llamamos realidad, adquiera un nuevo orden, una nueva
perspectiva, un algo que permita atisbar cómo debiera haber sido alguna vez si
es que alguna vez lo fue, algo que haga encajar las piezas sin forzarlas, un
sombrero al mismo tiempo indiano y cretense, caribeño y mediterráneo, el
sombrero que cobija la cabeza y cubre con una acogedora penumbra la mirada del
escritor.
Cubierto con tal
sombrero, con el espíritu abierto y aventurero de los fundadores y la
progresión de los días perdiéndose en lontananza como hileras de dromedarios “acansinados”
por el calor y la fastuosidad de los espejismos, abro hoy la senda de este
diario y prometo solemnemente guardar y hacer guardar las reglas que lo
constituyen (siempre lejos y a resguardo de las establecidas), a fin de que mis
lectores, si es que alguna vez los hay, no puedan llamarse a engaño buscando
objetividad donde prima lo subjetivo, buscando respetabilidad donde nadie es
más o menos respetable que nadie, buscando confort donde todo es
provisionalidad y camastro. Es verano y este es su diario. Si la nave llega a
algún puerto será el inicio de algo, de un “otro” totalmente desconocido, si
naufraga en plena travesía será culpa, como siempre, de los elementos. Por
ahora solo tenemos la frescura, la ingenuidad y la voluntad de un inicio. Eso… y
un verano por delante.
Por cierto, el hecho de
que este diario venga a nacer el día de una fiesta nacional no es más que fruto
de una simple, y por otra parte lamentable, coincidencia.
El autor.
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