lunes, 4 de julio de 2016

Diario de verano 1 (4/6/16)

Si he de empezar, he de ser sincero. La verdad es que el origen de este diario no solo es poco original (quién no se ha propuesto alguna vez, al principio de un verano, llevar una relación escrita de sus ocios y viajes), sino que además es bastardo. Y lo es porque la idea ni tan siquiera es mía en su paternidad, sino que es inducida, derivada, como inseminada desde otra parte o lugar. Esa parte o lugar es otro libro: la reedición de Los autonautas de la cosmopista, de Julio Cortázar y Carol Dunlop. Un libro de viaje, un libro a cuatro manos, un libro misceláneo, un libro de primavera/verano… Pero un gran libro como todos los que escribía el maestro. Pues bien, autonauta sedentario, más que lejos de los paisajes y de los “paraderos” de la autopista París-Marsella y sin una expedición científica que contar, a mí se me ocurrió empezar este diario.
Ahora bien, puestos ya a la tarea, pero con el convencimiento moral de que todas las advertencias previas deben ser hechas, he de advertir de que este no será tampoco un diario al uso. Será un diario inconstante, quizá contradiciendo su propia naturaleza diaria, pero en completa concordancia con el carácter de su autor en lo que a escritura se refiere. Ha de ser también un diario mixto, mestizo, abigarrado como un zoco o una tienda de pueblo, porque no deberá conservar mayor orden que el vayan marcando las fechas ni más unidad temática que la que salga de la libertad de los días. Será, por qué no, un diario mentiroso, pues desde ahora su autor hace la solemne promesa de no desvelar nunca lo que sea verdad y lo que sea mentira, lo que se presente ante sus ojos con la claridad meridiana de la evidencia y la verdad empírica, y lo que desde el principio sea fruto y producto de la propia imaginación, inducida o no por elementos externos de diverso carácter y, sin duda, alguno de ellos, espirituoso. Será, por último, un diario con sombrero. Un diario al sol, pero con disfraz. Un diario vestido de blanco, de lino, de traje de verano, acompañado o no de la fina distinción de un bastón de caña, pero siempre tocado con un ligero panamá a cuya sombra las imágenes adopten otros tonos y las cosas se tamicen sin hacerse daño, donde, lo que de forma tan poco reflexiva llamamos realidad, adquiera un nuevo orden, una nueva perspectiva, un algo que permita atisbar cómo debiera haber sido alguna vez si es que alguna vez lo fue, algo que haga encajar las piezas sin forzarlas, un sombrero al mismo tiempo indiano y cretense, caribeño y mediterráneo, el sombrero que cobija la cabeza y cubre con una acogedora penumbra la mirada del escritor.
Cubierto con tal sombrero, con el espíritu abierto y aventurero de los fundadores y la progresión de los días perdiéndose en lontananza como hileras de dromedarios “acansinados” por el calor y la fastuosidad de los espejismos, abro hoy la senda de este diario y prometo solemnemente guardar y hacer guardar las reglas que lo constituyen (siempre lejos y a resguardo de las establecidas), a fin de que mis lectores, si es que alguna vez los hay, no puedan llamarse a engaño buscando objetividad donde prima lo subjetivo, buscando respetabilidad donde nadie es más o menos respetable que nadie, buscando confort donde todo es provisionalidad y camastro. Es verano y este es su diario. Si la nave llega a algún puerto será el inicio de algo, de un “otro” totalmente desconocido, si naufraga en plena travesía será culpa, como siempre, de los elementos. Por ahora solo tenemos la frescura, la ingenuidad y la voluntad de un inicio. Eso… y un verano por delante.

Por cierto, el hecho de que este diario venga a nacer el día de una fiesta nacional no es más que fruto de una simple, y por otra parte lamentable, coincidencia.

El autor.

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